Lunes 29 de Febrero de 2016

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Lecturas

 

Lectura del segundo libro de los Reyes (5,1-15a):

En aquellos días, Naamán, general del ejército del rey sirio, era un hombre que gozaba de la estima y del favor de su señor, pues por su medio el Señor había dado la victoria a Siria. Era un hombre muy valiente, pero estaba enfermo de lepra. 

En una incursión, una banda de sirios llevó de Israel a una muchacha, que quedó como criada de la mujer de Naamán, y dijo a su señora: «Ojalá mi señor fuera a ver al profeta de Samaria: él lo libraría de su enfermedad.» 

Naamán fue a informar a su señor: «La muchacha israelita ha dicho esto y esto.» 

El rey de Siria le dijo: «Ven, que te doy una carta para el rey de Israel.» 

Naamán se puso en camino, llevando tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes. Presentó al rey de Israel la carta, que decía así: «Cuando recibas esta carta, verás que te envío a mi ministro Naamán para que lo libres de su enfermedad.» 

Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras, exclamando: «¿Soy yo un dios capaz de dar muerte o vida, para que éste me encargue de librar a un hombre de su enfermedad? Fijaos bien, y veréis cómo está buscando un pretexto contra mí.» 

El profeta Eliseo se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras y le envió este recado: «¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel.» 

Naamán llegó con sus caballos y su carroza y se detuvo ante la puerta de Eliseo. 

Eliseo le mandó uno a decirle: «Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia.»

Naamán se enfadó y decidió irse, comentando: «Yo me imaginaba que saldría en persona a verme, y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad. ¿Es que los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que toda el agua de Israel? ¿No puedo bañarme en ellos y quedar limpio?» 

Dio media vuelta y se marchaba furioso. Pero sus siervos se le acercaron y le dijeron: «Señor, si el profeta te hubiera prescrito algo difícil, lo harías. Cuanto más si lo que te prescribe para quedar limpio es simplemente que te bañes.» 

Entonces Naamán bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño. 

Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel.»

 

Sal 41,2.3;42,3.4

 

R/. Mi alma tiene sed del Dios vivo: 

¿cuándo veré el rostro de Dios?

 

Como busca la cierva 

corrientes de agua, 

así mi alma te busca 

a ti, Dios mío. R/. 

 

Tiene sed de Dios, 

del Dios vivo: 

¿cuándo entraré a ver 

el rostro de Dios? R/. 

 

Envía tu luz y tu verdad: 

que ellas me guíen 

y me conduzcan hasta tu monte santo, 

hasta tu morada. R/. 

 

Que yo me acerque al altar de Dios, 

al Dios de mi alegría; 

que te dé gracias al son de la cítara, 

Dios, Dios mío. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,24-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la sinagoga de Nazaret: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» 

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

 

Comentario

¡Qué importante reconocer nuestras lepras! ¡Qué importante escuchar la voz del Señor que nos ofrece la salvación! ¡Qué importante ser valiente y pedir ayuda! ¡Qué importante escuchar al profeta! ¡Qué importante tener sed de Dios para buscarle y ponerse en sus manos! ¿De qué tengo sed yo? ¿Dónde queda Dios? Y ya en su búsqueda, al encontrarnos con Él, dejarnos sorprender.

En la mentalidad de Naamán, la idea de cómo limpiarse se retuerce y complica. “Yo me imaginaba que…” dice Naamán. Sin embargo, todo es más sencillo. Con bañarse en el Jordán, basta. También es así para nosotros. No hay que hacer esfuerzos hercúleos. Dios nos dice: reza un poco más; echa una mano; no te quejes tanto; sonríe; trata de ser normal; confía; ama… ¿Por qué no lo hacemos? Escuchemos lo que nos dicen los profetas de hoy para dar pasos y limpiarnos.

 

En otra perspectiva, también es preciosa la preocupación de la criada de la mujer de Naamán y cómo ofrece su fe con total convencimiento. No es menor la inquietud y la disponibilidad del profeta Eliseo para atender a Naamán. Con testigos convencidos, el mundo se llena de Dios porque se multiplican las ocasiones de conocerle. Con testigos amables y preocupados por el otro, el mundo escucha. ¿Por quién me preocupo? ¿A quién anuncio?

¡Demos testimonio de la fe! ¡Ni calles, ni te acomodes ni te avergüences! ¡Es bien y salvación para todos! Seamos profetas que liberan y limpian.