CARICIAS DE DIOS

 

Yo no sé si nosotros somos tan conscientes de nuestra situación como lo es Dios. Para nosotros, es un rollo estar en casa. Pero todavía no nos falta alimento, suministro eléctrico y de gas, wifi… y esperemos que no nos falte. Vemos que se pone obscura la cosa económica, pero todavía el sueldo de uno u otro, la pensión, el subsidio que podamos recibir o el colchoncito económico que pudiéramos tener, está ahí. Lo que nos “aprieta” de forma más grave, desde luego, son los enfermos y los que están pasando a la Casa del Padre. Ahí sí que algunas familias han sido atravesadas de forma brutal por esta realidad.

Pero, el resto, seguimos pensando que esto va a pasar pronto; puede ser un paréntesis. Que, pasado todo esto, habrá que reorganizar alguna cosa, pero que los cimientos de nuestra sociedad no estarán afectados; que seguiremos como antes. Son tremendos y dignos de reflexión, para plantearnos honestamente qué estamos criando, algunos comentarios que escucho en nuestra gente más joven… ven normal que se mueran los mayores (no tanto sus abuelos, claro); siguen en su mundo, pensando en ellos y viviendo de tal forma que el débito de esta situación se note lo menos posible una vez que pase todo; no mueven un dedo por ayudar en casa en estos días (bueno, a lo mejor algunos, que otros ni eso, por salir, se pelean por bajar la basura o sacar al perro) y siguen encerrados en el micro universo de su habitación… Ya en mayores y jóvenes, es frecuente que se rechace la oración y toda búsqueda de crecimiento espiritual desde la fe... actitud que, sin darnos cuenta, nos empequeñece más y nos hace caer en la desesperanza porque bloquea todas las puertas de salida.

Dios conoce perfectamente lo que estamos pasando y cómo reaccionamos. Y ve, no sólo nuestra situación externa de tremendo dolor, sino que también ve y se compadece del vacío y el sinsentido que provoca nuestro atocinamiento espiritual. Capas y capas de materialismo, individualismo y anestesias siguen impidiendo que nuestro espíritu reaccione. El Dios con nosotros, escucha tanto el lamento que le dirigimos provocado por el horror y el espanto, la enfermedad, la soledad o la muerte; como aquel otro grito ahogado que provoca tanta obscuridad en el alma y que no somos capaces de descubrir nosotros.

Y por eso, Dios, en su fidelidad y amor incondicional por nosotros, no deja de salir a nuestro encuentro; quiere estar a nuestro lado para llenarnos de caricias que sosiegan y reconfortan. Hay quien directamente rehuye esas caricias de Dios… como cuando rechazamos el cariño del que está a nuestro lado con un respingo o un desprecio; hay otros, la mayoría, que no son conscientes de esas caricias; no paran de preguntar dónde está Dios, y no son capaces de descubrir que está continuamente a su lado…

¿Cómo podemos reconocer las caricias de Dios? La respuesta es sencilla: hay que convertir y trabajar nuestro corazón; hay que reblandecerlo y “amasarlo” en contacto con el corazón de Dios. Si queréis, nos ponemos manos a la obra… Os invito a que contemplemos y aprendamos la “receta” que nos da el Señor en el pasaje de las bienaventuranzas:hay que buscar una pobreza de espíritu que desde la humildad nos lleve a buscar el Reino de los cielos; tener la capacidad de llorar saliendo de nuestra insensibilidad; salir de la autosatisfacción y del hartón consumista para poder tener hambre y sed de justicia; dejar la soberbia de lado para poder vivir la mansedumbre que une y salva la tierra; salir de la justicia retributiva ejercida además con distintas varas de medir para vivir la misericordia que acoge, levanta y nos levanta; salir del estrés, las prisas y el nerviosismo para acoger la paz que Dios da y poder ser gente de verdadera paz; pasar a defender desde el Amor, lo sagrado que dignifica y libera al ser humano y salir así del miedo, la cobardía y la ignorancia que, para ser aceptados en nuestra sociedad, nos lleva a negar a Dios, nos encierra en una falsa fe sin dimensión comunitaria y nos hace ser unos más que se dejan llevar por la corriente; y, por último, tener un corazón limpio de todo: de rencores, egoísmos, visceralidad, instintos, maquinaciones deshumanizantes y manipuladoras… limpio de mentira e imagen, para poder descubrir a Dios a nuestro lado y mostrárselo a los demás.

Es una primera tarea limpiar el corazón de tanto polvo y paja. Y según vayamos “quitando el barro del cristal”, descubriremos un precioso paisaje, una preciosa vida llena de Dios. Vida con durezas, ausencias, dolores agudos… pero preciosa vida, llena de esas caricias de Dios.

Y notaremos esos “mimos”, esa delicadeza del Señor en la enfermera que me da el termómetro en lugar de tirarlo sobre la cama; en quien con cariño está pendiente de nosotros; en quien se la juega para que nos sintamos atendidos y acompañados; en quien me escucha con paciencia y toma en serio nuestro dolor; en quien reza por mí o me hace necesario pidiéndome oración; en el consuelo y la sonrisa de alguien que ha experimentado un bálsamo en su angustia; en el policía, el médico o la cajera del supermercado que transmiten humanidad y ternura en su trabajo; en el verdadero llanto de dolor ante la impotencia y el desbordamiento de las circunstancias de quienes dando todo, ven que no llegan; en el poder disfrutar de los cercanos y ver el cariño verdadero y el echar de menos a los que no puedo ver… La caricia de Dios envuelve todo. Al descubrirla, no sólo pacifica y consuela, como decía antes, sino que nos da seguridad y hace que nuestro corazón, en medio de todo, recupere la sensibilidad y se sepa feliz porque se siente acompañado y agradecido.

Termino con el testimonio de un enfermo de coronavirus que, en el hospital, aislado, descubrió las caricias de Dios:

“En mi caso, hasta que no me llamaron la atención sobre ellas, no las percibía, aunque estaban allí. Pero la desesperanza y el miedo me atenazaban para captarlas. Cuando fui consciente de su existencia fue cuando cambió mi corazón. Al verle a Él detrás  de las cosas sencillas que nos reconfortan, mi mirada salió de mí y de mi entorno más inmediato y empecé a ver otras caricias detrás de personas insospechadas. Fue el reconocimiento de Su presencia el que llenó de luz una situación obscura y, al llenarla de luz, propició un cambio en el corazón encogido que no era capaz de abrirse a nada. Resultado: agradecimiento, esperanza y como suma de ambos, alegría… sin negar los problemas, pero afrontándolos con la alegría que nos da el saber que Él está conmigo”

 

Ángel