Vivir desde Dios

 

La situación que estamos viviendo con el coronavirus merece una reflexión en nuestro periódico…

Lo primero de todo, que DIOS NO MANDA ESTAS COSAS. Dios lo que hace es acompañarnos en todo momento e identificarse con el más débil y el que peor lo está pasando. Está al lado del enfermo, del que muere, del que sana. Está al lado del cuidador, del médico, del personal sanitario. Está al lado de los creyentes y no creyentes, de los fuertes y de los cobardes de corazón. Es Dios con nosotros.

Y dicho esto, este tiempo sigue siendo tiempo de Dios, porque es la realidad que tenemos. Aunque sea “de noche” en el alma y las circunstancias, no hemos de olvidar, como dice el himno de vísperas que “la noche es tiempo de salvación”. Nuestra obligación como cristianos es vivir todo esto desde Dios. Repito: es tiempo de salvación. Y, aunque parezca imposible, sacaremos vida. Si vivimos desde Dios, saldremos del yo, tanto de las imprudencias, como de la cobardía derivada de una horizontalidad carente de Dios y de esperanza. Saldremos de las justificaciones y de las “culpabilizaciones”…

Llegados a este punto, ¿cómo puedo vivir desde Dios todo esto que está pasando?, ¿qué podemos hacer?

En primer lugar, yo veo que es un tiempo de frenazo. En un mundo de tantas prisas, se para todo de golpe. Ya no me puedo justificar en que no hay tiempo, porque tenemos todo el tiempo del mundo. Es ocasión para poder retomar oración, lectura, revisión personal, diálogo tranquilo con el hermano. Este tiempo de entrar en casa, puede ser una ocasión especial para salir del yo y ponerlo a la luz de Dios. Es un tiempo inigualable para, desde el silencio, dejar hablar a Dios y ponernos, ante Él, delante de nuestra verdad, sin miedo y cogidos de su mano y de la de María.

También es una oportunidad para disfrutar de la familia sin tener que hacer nada. Sólo estar. Esta circunstancia puede permitirnos el diálogo, la broma y la gratuidad de tener al otro al lado. Es ocasión para compartir, limar asperezas y conocer más el corazón del otro. Es tiempo para la escucha y dejar que fluyan proyectos y miedos. Es tiempo para comer todos a la misma hora juntos; para agradecer la suerte de tenernos unos a otros; para pasar tiempo juntos.

También es una ocasión para vivir la humildad. Nuestro mundo es soberbio. Y nosotros. Los avances de la técnica y la ciencia nos hacen creernos todopoderosos. Manejamos vida y muerte a nuestro antojo creyéndonos dioses de verdad... Este momento nos puede venir bien para reflexionar sobre nuestra realidad. Lo que realmente somos, dónde ponemos nuestra esperanza y en qué gastamos nuestra vida. Tanto esfuerzo por acumular, ¿para qué? Tanto enfrentamiento, tanto clasismo, tanta imagen y tanto querer resaltar por encima de los demás, ¿para qué? Una enfermedad, o esta pandemia del coronavirus pone todo boca abajo y nos hace conscientes de nuestra indigencia. Es momento oportuno para la reflexión y cambiar el rumbo. Podemos dejarnos alumbrar por la actualidad del pecado de Adán, que quiere quitar el sitio a Dios comiendo del árbol del bien y del mal; o meditar el desastre de la torre de Babel provocado también por la soberbia del hombre.

El tiempo de la humildad nos lleva a vivir también la realidad presente como ocasión para el perdón. Tanto culpabilizar, echar en cara, cubrirse de razones para juzgar y machacar al otro; tanto enfrentamiento, tanta judicialización, tantos rencores… No nos basta con el dolor sobrevenido, sino que nos empeñamos en provocar más y perpetuarlo. Es tiempo de perdón, de levantar, sanar… Es tiempo de cambiar la mirada resentida y draconiana del hombre de hoy por la mirada misericordiosa y tierna de Dios. Reconciliarnos llena de paz el corazón y capacita para construir un mundo nuevo. Destruido lo viejo podemos poner los cimientos de lo nuevo.

Por último, vivir desde Dios esta realidad, nos ayuda a descubrirla también como el tiempo de la “gran comunión”. Las situaciones de descoloque y emergencia como la que estamos viviendo nos pueden llevar a una división social tremenda que, o bien me encierra en “lo mío” haciéndome indiferente a lo que le pueda pasar al otro, o bien, sitúa a ese otro como amenaza de mi bienestar y me enfrenta a él. No es tiempo para la desconfianza ni para encerrarnos en nosotros o en “mi familia”. Eso es totalmente nocivo porque también deja a Dios fuera. Al revés: es tiempo de compartir y no ser egoísta; de sentirme hermano de todos y corresponsable de la suerte de cada uno. Hay mucha gente que vive sola y no tiene la posibilidad de compartir estos días con la familia ni de sentir el calor de nadie en su cuarentena. ¡Qué dura esta soledad y qué necesarios somos unos para con otros! Es tiempo para humanizar y unir nuestro mundo; para cuidar especialmente del débil y buscar el bien de todos. Es un tiempo para poder sentir y mostrar la cercanía del corazón, aunque cuidarnos nos obligue a estar físicamente lejos. En este tiempo de Dios en el que se nos invita a saludarnos con el codo, vivir en la gran comunión es, como decimos en la oración del 50 aniversario, “dar gracias a Dios por los que estamos codo con codo” y amarlos y seguir caminando juntos escuchando y siguiendo al Buen Pastor.

Como ves, desde Dios, hay esperanza y vida. Es otro modo de vivir… Aprovecha este tiempo de salvación.

 

Ángel