Y VOLVIÓ CON VISTA

Comentario a las lecturas del domingo IV de cuaresma 22 de marzo de 2020

1Sam16, 1b.6-7.10-13ª: David es ungido Rey de Israel.

Salmo22, 1-3a.3b-4.5.6: El Señor es mi Pastor, nada me falta.

Ef5, 8-14: Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

Jn9, 1-41: Fue, se lavó y volvió con vista.

 

En estos días de especial angustia, acogemos con fe que “El Señor es mi Pastor, y nada me falta”. El Señor es el Pastor que orienta y guía; el que nos da seguridad y hace que en los momentos más obscuros de la vida nada temamos. Y este mensaje va dirigido a cada enfermo aislado en el hospital, a cada familiar preocupado por el otro, al médico o sanitario agotado y perplejo ante la realidad que vive, a cada uno de nosotros en su situación existencial. En este tiempo frío de distancias, es momento para dejarnos abrazar por este Pastor que cuida, ama y hace suya la vida de sus ovejas. No es sólo el que en valles de tiniebla nos sosiega con su cayado, sino que Él es la luz del mundo y el que nos da la Luz de la Vida.

Pero no es un pastor que nos guía ciegamente y nos encierra en un establo. Este abrazo nos hace conscientes de que, como David, también el Señor se ha fijado en nosotros y nos ha Ungido y nos ha enviado, con rango de hijos, a llevar su Luz al mundo. Se nos llama por tanto hoy a acoger esa Luz y vivir como hijos de la Luz. La primera consecuencia de esta llamada es “no tomar parte en la tiniebla”; separarnos y rechazar todo aquello que crea división, mata la esperanza y entristece el alma…

Vamos por tanto a tratar de reparar todas las “bombillas” que están fundidas en nuestro corazón para poder ser luz en el mundo. Es posible que, al estar a obscuras, no veamos. Por eso, el primer paso es pedirle al Señor que nos cure de nuestra ceguera y nos permita ver. Es posible que no veamos que somos unos agrios, unos cómodos, unos egoístas o unos aprovechados. Es posible que no tengamos capacidad de ver que no estamos construyendo un mundo más humano y seamos competitivos sin piedad, rácanos en el compartir, insensibles ante el dolor de los otros, inmisericordes con los que nos caen mal, nada constantes en la solidaridad con los hermanos… Es posible que no veamos la “Vida” que, con nuestras actitudes y nuestra forma de ser, podamos matar a nuestro alrededor, ni la “Vida” que, por lo mismo, dejamos de dar. Os aseguro que, si somos conscientes de nuestra inconsciencia, “no pasa nada” en el sentido de que nos ponemos en manos de Dios y le pedimos ver, y el Señor actúa. Y nos saca de las tinieblas y nos da la vista. El problema es si decimos que vemos cuando realmente estamos ciegos. Entonces nuestro pecado permanece. Por eso, como digo, lo primero es pedirle al Señor que nos cure de nuestra ceguera, que convierta nuestro corazón.

Cuando el Señor nos haya dado la vista, con su mirada divina, seguiremos mirando nuestro interior y rescataremos tantos valores, de grandeza y “preciosa ingenuidad” que los golpes de la vida y el ambiente social nos habían secuestrado. Y sabremos volver a ser como niños y soñar, confiar, emprender y ser la alegría y el aliento de los que están a nuestro alrededor.

Será entonces cuando vayamos al mundo con la Luz y la mirada de Dios. No miraremos lo superficial, sino lo profundo. No nos dejaremos engañar por los envoltorios y las formas, sino por el contenido y el fondo de cada persona y de la creación entera. No estaremos pendientes del valor que nos den los demás a nosotros ni a nadie, porque el valor y la dignidad la habremos descubierto al mirar con los ojos de Dios. No nos marcaremos tantos con ayudas interesadas ni haremos negocio con el dolor de los demás… porque, el del otro, será también nuestro dolor y lo tomaremos en serio, como lo toma y nos toma en serio la mirada y el corazón de Dios.

En medio del descoloque de hoy y golpeados y seriamente afectados, como todos, por dicha situación, seremos ese faro en el mar de la vida que orienta y permite ver en la noche. Nos esperan y nos necesitan nuestros vecinos, aunque muchos no lo sepan. Lo sabrán con nuestro sí y nuestro testimonio sencillo a la hora de vivir todo este drama de una forma luminosa y con la mirada del mismo Dios, nuestro Pastor, que nos acompaña y nos protege en medio de la tormenta.

 

Ángel