LA PALABRA DEL DOMINGO V DE CUARESMA 29 de Marzo de 2020

Ez 37, 12-14: Os infundiré mi Espíritu y viviréis.

Salmo 129, 1-2.3-4ab.4c-6.7-8: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Rom 8, 8-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre os muertos habita en vosotros.

Jn 11 1-45: Yo soy la Resurrección y la Vida.

 

Nuevamente, la Palabra del domingo, es un regalo del Señor para alumbrar la realidad que vivimos. En este tiempo de tanta muerte, donde el corazón del hombre se presenta gritando a Dios desde lo más hondo de su ser, Jesús nos dice que es “la Resurrección y la Vida”. Ya el profeta Ezequiel nos revela la promesa de Dios con los hombres: “Yo mismo os sacaré de vuestros sepulcros”. Una promesa que se cumple en Cristo. Por tanto, en estos días en los que la muerte quiere arrastrar al que se va y al que se queda, es bueno dejar resonar en nuestro interior que Dios nos rescata del sepulcro. Él, lejos de mandar la muerte a sus hijos, lo que hace es salvarnos de ella; nos abre las puertas del cielo. Y nosotros, desde el dolor más profundo, gritamos al Señor que nos escucha: “desde lo hondo, a Ti grito, Señor” Y aún sin dirigirnos a Él, nuestro llanto llega y conmueve al Dios que vela por sus hijos.

Confiando en esta cercanía de Dios y seguros de su Amor eterno por nosotros, abrimos de par en par las puertas de nuestro corazón, para dejarnos consolar por Él. En medio de nuestro lamento, repetimos una y otra vez “mi alma espera en el Señor”, “del Señor viene la misericordia y la redención copiosa”. Y esa oración nos impulsa, como a Marta en el Evangelio, a salir corriendo y encontrarnos con el Señor, que se acerca para llorar con nosotros, y pacificar nuestro corazón. Él, con su presencia y su acción en nosotros, nos llena de vida… convierte en bendición el amargo trago que estamos bebiendo porque nos abre a la esperanza.

Pero el Señor no sólo quiere abrir el sepulcro de los que fallecen. También quiere rescatarnos del sepulcro en el que enterramos nuestra vida. Ponemos una gran piedra que nos aísla del exterior. Adornamos nuestro sepulcro con bienes materiales, con sabiduría o proyectos personales. Metemos en nuestro sepulcro a la gente que nos apetece y que nos cae bien, los que quieren entrar con las condiciones que les ponemos… y ponemos la losa. En el mundo puede haber virus y gusanos, guerras o catástrofes naturales en las que mueren miles de personas… Y yo, en mi sepulcro diré: qué pena, pobre gente, cómo está el mundo…y, mientras ese mal no se cuele por alguna fisura de la lápida y me toque, seguiré haciendo calceta, jugando a la consola, estudiando el tema de hoy para no perder el ritmo, o comiendo el segundo plato si ya he acabado con el primero. Mi vida no se verá afectada en nada porque tengo sanos y salvos, en mi sepulcro espiritual, a todos los que quiero. Es triste el llanto de los que entierran a sus padres, uno un día y, al día siguiente otro, como estamos acompañando; o a hijos, hermanos o amigos… pero es mucho más dramática y hedionda la muerte y el “auto entierro” del espíritu indiferente de los que se acomodan en su sepulcro particular. No podemos ponernos de medio lado intentando que esto “no nos toque”. No podemos negarlo. Está dando en el centro de nuestra sociedad; está poniendo al descubierto la barbaridad en la que vivíamos, sobre todo de individualismo, falta de transcendencia y de instrumentalización y competitividad en las relaciones humanas. Hay que reaccionar y cambiar las claves de nuestro comportamiento. Insisto en que es tiempo de revisar los porqués de nuestra manera de actuar y de las opciones que tomamos: ¿Dónde queda el resto de los hermanos? ¿Dónde está el bien común? ¿Qué aporto de forma desinteresada al mundo? ¿Qué herencia estoy dejando a la humanidad? ¿Qué generosidad tengo en mi entrega? ¿Siempre busco algo: sentirme bien, “engañar” a quien me ligo, adquirir derechos para posibles contraprestaciones…? ¿Vivo para mí o para los demás, como me pide Jesús?

Es una ocasión perfecta para dejar que el Señor quite la piedra de nuestro sepulcro interior. Aunque… aquí mucha gente no gritará desde lo hondo, porque no será consciente de su entierro. Estará tan a gusto en su sepultura tan bien decorada y con tantas comodidades. Con su inteligencia, su salud y su gente, como ya he dicho. La vida le ha tratado bien. En el fondo, no le falta nada. Aunque suene duro, los muertos, los están poniendo otros… Y no tendremos necesidad de salvación. Seguiremos creyendo que estamos salvados, que somos dioses. Como hace unas semanas, antes de que nos tocara más de lleno la pandemia del coronavirus, que nos creíamos los “todopoderosos sin Dios” y los amos del universo, de su vida y de su muerte.

Hay que dejar entrar en nuestras vidas la Gracia de Dios; dejar que su Espíritu airee y renueve el aire que respiramos. Dejar que Cristo esté en nosotros, alentando y guiando nuestra vida. Se nos invita a salir de esta experiencia terrible que estamos viviendo, no sólo supervivientes, sino renovados. ¿Qué mundo quiero para el día después de haber vencido al coronavirus? ¡No puede ser más de lo mismo! Vamos a dejarnos resucitar hoy. Y digo dejarnos, hay que colaborar con Él: “quitadle las vendas” dice a los paisanos de Lázaro. También nosotros tenemos que ayudarnos desatándonos la mortaja unos a otros…

Dios da vida ahora y luego; ahora y siempre…Nos dice a cada uno “levántate y anda”. Pues, confiados, comencemos a andar con entusiasmo

 

Ángel