ES RESPONSABILIDAD NUESTRA

 

Somos nosotros, los cristianos de hoy, los que tenemos la responsabilidad de transmitir la antorcha de la fe que hemos recibido. El Señor nos lo confía. Es posible que en la sociedad del bienestar“primer mundista” nos hayamos hecho una fe acomodada y a medida, adaptada a nuestras necesidades y con las exigencias justas, si es que tenemos exigencias. Es posible que, valientes para otras cosas, nos hayamos hecho miedosos para dar testimonio de nuestra fe; es posible también que nos hayamos vuelto tibios y tan blanditos que cualquier escrito o palabra más contundente que pueda cuestionar nuestro “vivir como cristianos”, lo rechacemos sin más para seguir en esa temperatura que hace vomitar a Dios: “Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: “yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3, 16 – 17) Quien se refugie en el enfado o en las mil justificaciones que nos podemos montar; quien se refugie y apoye en otros cristianos tibios que les den la razón; quien quiera decir “y tú más” a quien le cuestiona… quien quiera arrancar esta hoja y otras tantas de la biblia… que lo haga; pero, con esa actitud, terminará deshojando su propio espíritu. Es mejor ser claro con el Señor y decirle “no me la juego por ti. Déjame en paz”. Y no habrá duda; y estorbaremos menos a la obra de la salvación. Los que trabajamos con voluntariado sabemos lo malo que es que alguien se ofrezca para colaborar y luego te dejen colgado. Pobre Dios, los “cuelgues” que le hacemos… Además, en la honestidad de ser fríos, la fidelidad de Dios siempre saldrá a nuestro encuentro; sin embargo, si nos mantenemos en la tibieza, tendrá ganas de vomitar…

Hoy es un buen día para poner el termómetro a nuestro espíritu y tomar conciencia de la temperatura que tenemos. Si nos descubrimos tibios y nos afirmamos en esa tibieza, podemos, bien retirarnos (espero que no), bien convertirnos y encender el fuego del Amor de Dios que haga arder nuestros corazones (espero que sí). Siendo honestos,lo que Dios quiere es esta segunda opción; porque es la que nos salva. Él da la vida por todos y no quiere que nos perdamos ninguno (Mt 18, 14) Si decimos a Dios “que nos deje en paz”, lo respetará, porque nos hace libres; pero la paz que tendremos será la de los cementerios y la que precede a una tormenta que nos tragará en una soledad terrible. Si acogemos la Paz que Dios nos da, tendremos el empaque necesario para afrontar la tormenta, la pasaremos ayudándonos unos a otros como Pueblo que Camina unido, y la superaremos.

Y, los que “no queramos que el Señor nos deje en paz”, caminando desde su Paz, y según vamos cogiendo temperatura…estamos llamados a mirar desde Dios la nueva realidad en la que se encuentra nuestra sociedad; descubrir las necesidades que surgen; y dar la respuesta que Dios nos pida. Al mundo concreto de hoy. Sin recortes, “peros”, ni condiciones; con generosidad y sin miedo. Ante lo que estamos viviendo, no podemos quedarnos parados en nuestra acción evangelizadora como si se hubiera paralizado también la historia de la salvación a la espera de reiniciarse cuando recuperemos la sociedad de la opulencia y lo disoluto. Y, si nos paramos, hemos de buscar el porqué. A lo mejor estamos noqueados por la situación… o puede que no estuviéramos en verdadera marcha, sino en inercia; de tal manera que, estuviéramos haciendo “cositas que entretienen y quedan bien”, pero no evangelizando. Es momento de revisar lo que hacíamos y cómo está reaccionando nuestra gente: niños y padres de las catequesis o de preadolescentes, grupos de formación, jóvenes, coros, liturgia, salud… muchos silencios… ¿qué pensamos de todo esto? ¿cómo podemos mover corazones? ¿qué iniciativas nos pide el Señor? Simplemente cuestionarnos… ¿me he parado a pensar en esto? El corazón del ser humano siempre tiene hambre y sed de Dios. En cada circunstancia, de forma encarnada y entregada, hay que llevar a Dios. Y hoy nos toca a nosotros. El parón evangelizador, como digo,nos exige revisar e ir a las raíces del corazón humano, que como dice la cita del apocalipsis, se cree rico y no necesitado de nada que no sea situarse en este mundo… pero necesita salvación y sentido.

Para poder “darles de comer”, es clave que nosotros sintamos esa necesidad de Dios; así le buscaremos y, llenos de Él, lo llevaremos a nuestros hermanos; porque el consuelo de Dios no es para almacenarlo en el alma. Tener a Dios es tener la necesidad de regalarlo y anunciarlo. Es el tesoro que no se puede quedar en mí. Los humildes piden a gritos un consuelo que sólo Dios puede dar. ¡Su grito debe urgirnos y sacarnos de nuestro letargo! Es pecado mortal robarles, con nuestra indiferencia, el derecho a tener la paz y la esperanza que Dios da. No podemos ser receptores pasivos de morfina divina. Somos misioneros que, llenos del Amor de Dios, se sienten llamados a llevarlo al mundo entero: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt 10, 8).

¿Tengo necesidad de Dios? ¿Cómo puedo colaborar con Él para llenar de sentido la vida de nuestra gente y saciar su necesidad? ¿Qué me está pidiendo Dios? ¿Estoy dispuesto a darlo todo, con la humildad de saber que llegaré luego hasta donde llegue? ¿Soy consciente de mi responsabilidad y de la confianza que Dios ha depositado en mí? Pues adelante. Nuestro mundo tiene derecho a conocer a Dios. Está en nuestra mano llenar de luz nuestro mundo, de esperanza y bendición… está en nuestra mano llenar de Dios nuestro mundo

 

Ángel