ACLAMAD AL SEÑOR

 

Cerramos ya el tiempo de Cuaresma y comenzamos, con el domingo de Ramos, la Semana Santa. Es el tiempo más grande para los cristianos. Tenemos ahora una oportunidad para llenarnos del amor de Dios al poder contemplar cómo Jesús da la vida por nosotros. “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron” (Jn1, 11) Ahora se trata de recibirle. Podemos nuevamente echarle fuera como en Belén o en el Calvario. Nuestra indiferencia, nuestra cobardía (que hay que distinguirla de la responsabilidad o la prudencia)vivir desordenados o muy ocupados aunque sea en no hacer nada… es un peligro y puede no dejarnos tiempo para la oración y la contemplación. Y dejar fuera de juego al Señor. Esta Semana Santa se nos presenta de forma muy especial. No va a haber procesiones, ni vamos a poder ir a los pueblos…  Es una Semana Santa donde si queremos, la austeridad y la sequedad puedan ser, las que marquen el tono de nuestras vidas, como ocurrió en el Calvario. No es momento de sensiblerías; sí de contemplación y escucha. Es tiempo de desgarro por el dolor de Cristo, pero también de gran consuelo porque es entrega por Amor. Es un dolor que corta la cadena del mal. Es un sufrimiento redentor, no baldío. Podemos hacer nuestro pequeño altar donde junto a una imagen de Jesús crucificado podamos poner fotos o nombres de “Jesús sufriendo a nuestro alrededor”. Los dolores de los que padecen hoy la soledad o la muerte, la impotencia de no poder acompañar a quien se ama y lo pasa mal o la extenuación de los que trabajan por salvar vidas o cubrir las deficiencias que la situación de esta pandemia está dejando al descubierto… son la presencia de Cristo crucificado; son los dolores que completan la Cruz de Cristo en este Abril de 2020. Podemos tocar ese Calvario. Algunos están físicamente en él. Otros, hagamos el esfuerzo por dolernos de corazón por el dolor de nuestro mundo. Veamos cómo la soberbia y el pecado de todos siguen llevando a Cristo a la Cruz y a nuestro mundo a la ruina. Es posible que el corazón de alguno no se sienta realmente tocado y siga en su mundo de superficialidad, con miedo y pidiendo que ni a él ni a los suyos les pase nada, pero, de fondo, impertérrito. Quizás si les “pasa algo”, se revolverán y se enfadarán con el Señor y se cerrarán en su dolor porque se cierran al Dios de la vida. Y si no les “pasa nada”, también estarán cerrados al Dios de a Vida, a lo mejor no con los labios, pero sí con su vida que se agarra sólo a lo “suyo” y le importará únicamente su bienestar en el mundo terreno. De verdad, que no haga falta notar la zarpa de la muerte en nuestra carne para captar los estragos que está haciendo en nuestro mundo. Contemplar la Pasión de Cristo puede sensibilizar nuestro corazón y abrirle a los hermanos.

Por eso, os invito a vivir la Semana Santa desde esta crudeza y realismo, para poder hacernos conscientes de nuestra salvación. Que Cristo, aunque “no lo recibieron”, se queda con nosotros. Que la vida triunfa, que resucita, que rescata del sepulcro de la desesperación y del sepulcro de la muerte física No tengáis miedo, dice el Señor, no porque no pase nada, sino porque “estoy con vosotros hasta el fin del mundo”. Me pone malo la frase “todo va a salir bien”. La veo, tan sin fundamento... Todo va a salir bien, por qué y cómo. ¿Y qué significa “salir bien”? ¿Habéis contado la cantidad de difuntos por los que vamos rezando cada día en la misa? Creo que en el cementerio han tenido que alquilar un par de tráiler frigoríficos para conservar los cadáveres hasta que puedan ser cremados…. ¿Todo va a salir bien? ¿Para los que quedemos… o queden? Son las típicas “palmaditas en la espalda”, frases de ánimo que suenan bien y parece que dicen algo, pero que están vacías porque es un deseo bañado de obscuridad y de impotencia, y no una certeza fundada y global.

En la Pasión de Cristo contemplamos el culmen de la Historia de la Salvación. Cristo coge la Cruz y llega hasta el final; suda sangre en el huerto de los olivos; es humillado y maltratado; le niegan los amigos; sabe lo que es la soledad… Conoce de primera mano nuestro corazón y nos lleva, desde abajo, con nosotros, al triunfo de la vida. No queda nada por el camino. Todo es rescatado porque del mismo modo que Él muere con nosotros, nosotros resucitamos con Él y la creación entera es transformada.

Por eso, desde el domingo de Ramos estamos alabando al Señor, porque nuestra fe asume la realidad y el sufrimiento. No lo niega ni huye de él; tampoco se queda en él ni se lo carga a otros. De la mano del Señor, lo convierte en bendición y saca de él la Vida; de forma que no tiene la última palabra la desesperación y la muerte, sino la vida.

En el espesor y la vivencia intensa de esta Semana Santa, nos ponemos en manos de Dios para unirnos a Él y experimentar, y hacer nuestras las palabras del salmo 90…

“Tú que habitas al amparo del Altísimo,

que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor:

 “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío confío en ti”.

 Él te librará de la red del cazador,

de la peste funesta.

Te cubrirá con sus plumas,

bajo sus alas te refugiarás:

su brazo es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,

ni la flecha que vuela de día,

ni la peste que se desliza en las tinieblas,

ni la epidemia que devasta a mediodía…”

“El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz” (Salmo 28, 11)

 

Ángel