Miércoles 13 de Abril de 2016

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Lecturas

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,1-8):

Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaria. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo se ensañaba con la Iglesia; penetraba en las casas y arrastraba a la cárcel a hombres y mujeres. Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo el Evangelio. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

 

Sal 65,1-3a.4-5.6-7a

R/. Aclamad al Señor, tierra entera

 

Aclamad al Señor, tierra entera; 

tocad en honor de su nombre, 

cantad himnos a su gloria. 

Decid a Dios: «¡Qué terribles son tus obras!» R/. 

 

Que se postre ante ti la tierra entera, 

que toquen en tu honor, 

que toquen para tu nombre. 

Venid a ver las obras de Dios, 

sus temibles proezas en favor de los hombres. R/. 

 

Transformó el mar en tierra firme, 

a pie atravesaron el río. 

Alegrémonos con Dios, 

que con su poder gobierna enteramente. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,35-40):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»

 

Comentario

Otra vez el Evangelio nos aclara cuál es la voluntad de Dios y nos quita esa idea de creer que la voluntad de Dios es caprichosa y juega con el ser humano provocando accidentes, muertes y todo tipo de catástrofes. La voluntad de Dios es que no se pierda nadie. ¡El Señor viene a salvarnos!, no a jugar con nosotros ni a probarnos. Viene porque escucha el clamor de su pueblo y le duele nuestro dolor. Viene porque nos quiere y nos quiere vivos, alegres y llenos de sentido desde ya mismo. Ese es el gran mensaje que nuevamente se nos repite. Quiere que todos tengamos Vida Eterna. Y ese ha de ser nuestro anuncio. El Evangelio es esperanza y plenitud de la vida. Miremos a las primeras comunidades. Son atacadas y su dispersión se aprovecha para anunciar la Buena Noticia y llenar de alegría las ciudades a las que llegan. Llenos de Vida, dan la vida. ¡Cojamos su ejemplo! Esta es la Pascua. La alegría del corazón porque ha encontrado sentido a todo. Porque la muerte ya no puede con nosotros. El contenido del Evangelio no se queda en mera moral de domesticación del ser humano, sino que es fuente de sentido, de esperanza y de plenitud. Desde ahí brota la alabanza del salmo. El cristiano, por la grandeza de la fe que nace de la acogida del Resucitado que sale a nuestro encuentro, y en medio de las dificultades de la vida, alaba al Señor e invita a que la tierra entera cante un canto de alabanza. Es bueno que contrastemos estas lecturas con nuestra vida. ¿Cómo es mi anuncio del Evangelio? ¿Contagio Vida? ¿Llevo alegría verdadera donde voy? ¿Mi vida es canto de alabanza a nuestro Dios? Ese ser canto de alabanza es servir a los hermanos, cuidar a los más pequeños… En nuestra misión bautismal se nos envía a colaborar con el Señor para que su voluntad se cumpla. ¿Ante quién y cómo puedo ser testigo hoy de Cristo Resucitado? ¿Quién está en peligro de perderse? ¿Y tú, cómo estás? Sé valiente. Actúa hoy. ¡No lo dejes para mañana!